Perspectiva

CUATRO MIRADAS HISTÓRICAS

Autor: Historiador Mauricio Flores Pilotzi.

La figura de Jesús o Jesucristo es una de las más influyentes de la historia universal, pilar de tres grandes religiones monoteístas. Sin embargo, es poco conocida por la mayoría de la gente, incluso por los no creyentes. Puesto que lo que conoce la mayoría de las personas proviene básicamente del discurso litúrgico sacerdotal o protestante.

Por ello, me parece fundamental exponer algunos aspectos desconocidos de Jesucristo a partir de cuatro lecturas: la religiosa, la jurídica, la médica y la moral. Ya que considero que estas cuatro perspectivas permitirán comprender mejor el papel que juega en la sociedad occidental la figura histórica de Jesús y sus enseñanzas. Puesto que estas últimas, más allá del ámbito religioso, cimentarían las bases de una sociedad humanitaria, en la que la justicia, la igualdad y el amor construyan una sociedad libre de vicios en la que la base sea el amor a sí mismo y al prójimo tal como él nos lo dejo enseñado.

Por otra parte, para comprender la fase final de su vida (pasión, muerte y resurrección), es fundamental repensar este proceso desde la perspectiva médica; en razón del tormento al que fue sometido (físico y psicológico). Además de revisar la legislación de la época, ya que con fundamento en ella se procesó y sentenció a Jesús, sin embargo, su juicio estuvo repleto de contradicciones.

Finalmente considero que es preciso contar con estudios históricos sobre Cristo, ya que se ha abordado escasamente por académicos, y particularmente en México, sólo se cuenta con estudios de índole religiosa en su mayoría, ya que los historiadores han relegado este tema.

Pasajes históricos de la infancia de Jesús según el evangelio apócrifo de Tomás el israelita.

Uno de los temas más llamativos de la vida de Cristo son los milagros que realizó durante su vida adulta, no obstante, se desconocen algunos llevados a cabo durante su niñez, etapa que por cierto está repleta de lagunas históricas. Sin embargo, para conocer un poco más su infancia, es necesario recurrir a los evangelios apócrifos[1]. Al respecto, uno de los textos que relata esta etapa en la vida de Jesús es el evangelio apócrifo de Tomás el israelita.

            Este Evangelio del pseudo Tomás no debe confundirse con el evangelio gnóstico de Tomás. Este es un conjunto de dichos (logia) que Jesús habría revelado al apóstol Judas Tomás. Por el contrario, el pseudo Tomás es un texto narrativo y fantasioso con ecos precisos de otros relatos sobre la infancia. Se cree, no obstante, que ambos evangelios pudieron estar relacionados de algún modo en su origen, pero que este último fue censurado o purificado de sus tendencias gnósticas para recoger solamente las partes narrativas. El título del texto griego habla, en efecto, de narraciones sobre la infancia del Señor. De autor desconocido fue escrito alrededor del siglo II d. C.[2]

“Relatos sobre la infancia del Señor, escritos por Tomás, filósofo israelita.

Yo, el israelita Tomás, he considerado necesario dar a conocer a todos los hermanos venidos de la gentilidad la infancia y las maravillas de nuestro Señor Jesucristo así como todo cuanto hizo una vez nacido en nuestra tierra. Empieza así:

Los pájaros de barro.

Este niño Jesús, llegado a los cinco años, estaba jugando después de una lluvia en el cauce de una corriente. Las aguas que fluían las recogían en charcas, las volvía puntualmente cristalinas y las dominaba solamente con su palabra. Hizo barro blando y formó con él doce pajarillos. Era sábado cuando hizo aquello. Había también otros muchos niños jugando con Jesús. Al ver cierto judío lo que hacía Jesús jugando en día de sábado, marchó a toda prisa y se lo anunció a su padre José: Mira que tu hijo está junto al arroyo, ha tomado un poco de barro y ha formado doce pajarillos, con lo que ha profanado el sábado. Fue José al lugar y, al verlo, le llamó la atención, diciendo: ¿Por qué haces en sábado estas cosas que no está permitido hacer? Pero Jesús, batiendo sus manos, gritó a los pajarillos y les dijo: Marchaos. Los pajarillos echaron a volar y se fueron gorjeando. Cuando lo vieron los judíos, quedaron admirados, y fueron a contar a las autoridades lo que habían visto hacer a Jesús.

Incidente con el hijo del escriba.

El hijo de Anás, el escriba, se encontraba allí en pie con Jesús, tomó una vara de mimbre y dispersó las aguas que había recogido Jesús. Cuando vio Jesús lo sucedido, se indignó y le dijo: Injusto, impío e insensato, ¿qué mal te han hecho las charcas y el agua? Pues mira, también tú te vas a quedar seco ahora como un árbol, y no producirás hojas, ni raíz ni fruto. Al punto, aquel muchacho se quedó seco todo entero. Por su parte, Jesús se retiró y se dirigió a la casa de José. Los padres del muchacho muerto lo levantaron llorando su juventud, y lo llevaron a casa de José, a quien increpaban diciendo: Tienes un hijo que hace cosas como estas.

Nuevo incidente mortal.

En otra ocasión, caminaba por el pueblo cuando un muchacho tropezó contra su hombro. Indignado, Jesús le dijo: No podrás seguir tu camino. E inmediatamente cayó muerto el muchacho. Algunos, que vieron lo ocurrido, dijeron: ¿De dónde ha nacido este joven, que todo lo que dice se cumple puntualmente? Se acercaron a José los padres del difunto y lo increpaban, diciendo: Tú, que tienes un hijo semejante, no puedes habitar con nosotros en este pueblo, a no ser que le enseñes a bendecir y no a maldecir, pues provoca la muerte a nuestros hijos.

Jesús en la escuela.

José llamó a solas a Jesús y lo amonestaba, diciendo: ¿Por qué haces estas cosas, de modo que estos hombres sufran, nos odien y nos persigan? Jesús le contestó: Yo sé que estas palabras que pronuncias no son tuyas. Sin embargo, por ti guardaré silencio. Pero ellos sufrirán su castigo. Inmediatamente los que lo acusaban quedaron ciegos. Al verlo se llenaron de temor y de zozobra, y decían de él que todo lo que pronunciaba, fuera bueno o fuera malo, se convertía en obra y en un hecho admirable. Cuando José vio aquello que Jesús había hecho, se levantó y le dio un fuerte tirón de orejas. Jesús se enfadó y le dijo: Bastante tienes con buscar y no encontrar. Sobre todo, has actuado de forma insensata. ¿No sabes que yo soy tuyo? Pues no me molestes. Un rabino, de nombre Zaqueo, se encontraba en un lugar contiguo y oyó lo que Jesús hablaba con su padre. Quedó sorprendido porque, niño como era, decía aquellas cosas. Después de unos cuantos días, se acercó a José y le dijo: Tienes un hijo prudente e inteligente. Vamos, entrégamelo para que aprenda las letras. Yo le enseñaré con las letras toda clase de ciencia, y a tratar con todas las personas mayores, honrándolas como a ancianos y como a padres, y a amar a sus semejantes. Le dijo todas las letras desde la alfa a la omega con todo cuidado. Pero Jesús, fijando los ojos en su maestro Zaqueo, le dijo: Tú, que no conoces la naturaleza de la alfa, ¿cómo vas a enseñar a los demás la beta? Hipócrita, enseña primero la alfa, si es que la sabes, y entonces te creeremos lo que digas sobre la beta. A continuación comenzó a interrogar al maestro sobre la primera letra, pero el maestro no pudo responderle. En presencia de todos, dijo a Zaqueo: Escucha, maestro, el orden de la letra primera y mira con atención cómo tiene medidas, rasgos medianos que van unidos transversalmente, conjuntados, levantados, divergentes, inclinados. La alfa tiene trazos de tres signos: homogéneos, equilibrados y equivalentes. Cuando escuchó el maestro Zaqueo hablar al niño de tantas y tan grandes alegorías de la primera letra, quedó desconcertado ante tamaña respuesta y su enseñanza. Y dijo a los presentes: ¡Ay de mí! Estoy desconcertado, desgraciado de mí. Yo mismo me he granjeado la vergüenza al traer a mí a este muchacho. Llévatelo, por favor, hermano José. No soporto la austeridad de su mirada. No comprendo ni una sola de sus palabras. Este niño no ha nacido en el mundo. Él puede dominar el mismo fuego. Quizá ha nacido antes de la creación del mundo. Qué vientre lo ha llevado, qué seno lo ha alimentado, lo ignoro. ¡Ay de mí, amigo mío! Me desquicia. Soy incapaz de seguir su pensamiento. Me he engañado a mí mismo, desdichadísimo de mí. Me esforcé por tener un alumno y resulta que conseguí un maestro. Comprendo, amigos, mi vergüenza, porque siendo viejo he sido vencido por un niño. Voy a perder los ánimos y a morir por causa de este niño. Pues en este momento no puedo fijar la mirada en su rostro. Cuando todos digan que he sido vencido por un niño pequeño, ¿qué voy a decir? ¿Y qué explicaré acerca de lo que me dijo sobre los rasgos de la primera letra? Lo ignoro, amigos. Pues no conozco ni su principio ni su fin. Por consiguiente, hermano José, considero que te lo debes llevar a tu casa. Pues es algo grande: o Dios, o un ángel o no sé qué decir. Mientras los judíos daban consejos a Zaqueo, el niño se rio de buena gana y dijo: Que fructifiquen ahora tus asuntos y recobren la vista los ciegos de corazón. Yo he venido de arriba para maldecirlos y para llamarlos hacia lo alto, según me lo ha ordenado el que por vosotros me ha enviado. Cuando el niño terminó sus palabras, enseguida quedaron sanos todos los que habían caído bajo su maldición. Desde entonces, nadie se atrevía a irritarlo para que no lo maldijera y quedara inválido.

Resurrección de un muerto.

Unos días después, estaba Jesús jugando en la azotea de una casa cuando uno de los niños que jugaban con él cayó abajo desde la azotea y se mató. Los otros niños, al verlo, escaparon huyendo y quedó Jesús solo. Llegaron los padres del difunto y lo acusaban a él. Pero Jesús dijo: Yo de ningún modo lo he tirado abajo. Pero ellos lo trataban con insolencia. Saltó Jesús desde la azotea y se colocó junto a la boca del muchacho. Gritó con gran voz y dijo: Zenón —que así se llamaba—, levántate y dime: ¿Soy yo el que te ha tirado abajo? Levantándose el muerto al momento, dijo: No, Señor; no me has tirado abajo, sino que me has resucitado. Los que lo vieron quedaron fuera de sí. Los padres del muchacho dieron gloria a Dios por el milagro sucedido y adoraron a Jesús.

 

Jesús cura a un leñador herido.

Pocos días después, estaba cortando leña un joven en la vecindad cuando se le cayó el hacha y le hendió la planta del pie. Estaba a punto de morir desangrado. Producido un alboroto con gran aglomeración, llegó allá también corriendo el niño Jesús. Se abrió paso a la fuerza entre la multitud y apretó el pie herido del joven, que enseguida quedó curado. Luego dijo al joven: Levántate ahora, sigue cortando la leña y acuérdate de mí. La gente, al ver lo sucedido, adoró al niño diciendo: En verdad que el Espíritu de Dios habita en este niño.

El agua en el manto.

Cuando tenía seis años, le dio su madre un cántaro y lo envió a sacar agua para traerla a casa. Pero tropezó con la gente y el cántaro se rompió. Jesús, extendiendo el manto con que se cubría, lo llenó de agua y se lo llevó a su madre. Al ver su madre el milagro acaecido, besó dulcemente a Jesús. Y guardaba en su corazón los misterios que lo veía realizar.

Cosecha milagrosa.

Nuevamente, en el tiempo de la siembra, salió el niño con su padre a sembrar grano en su terreno. Mientras sembraba su padre, sembró también el niño Jesús un grano de trigo. Y después de la siega y de la trilla, cosechó cien coros. Llamó a todos los pobres del lugar a su era y les repartió el trigo. José se llevó lo restante. Tenía Jesús ocho años cuando hizo este milagro.

Jesús, carpintero milagroso.

El padre de Jesús era artesano, y por aquel tiempo fabricaba arados y yugos. Le encargaron que hiciera una cama para una persona rica. Sucedió que uno de los dos varales del encargo era más corto que el otro. Como José no sabía qué hacer, dijo el niño Jesús a su padre: Pon los dos maderos en tierra e iguálalos partiendo de la mitad. Hizo José lo que le dijo el niño. Se colocó Jesús en una de las partes, tomó el madero más corto y, estirándolo, lo dejó igual que el otro. Al verlo su padre José, se llenó de admiración. Y tomando al niño lo cubrió de besos, diciendo: Soy feliz, porque Dios me ha dado este hijo.

El maestro iracundo.

Al ver José la inteligencia del niño y cómo maduraba con la edad, tomó de nuevo la decisión de que no quedara en la ignorancia de las letras. Lo llevó, pues, y lo puso a disposición de otro maestro. Dijo el maestro a José: En primer lugar, lo educaré en las letras griegas; luego, en las hebreas. Porque el maestro sabía de los conocimientos del muchacho, y tuvo miedo. Sin embargo, después de escribir el alfabeto, trató de que Jesús practicara durante mucho tiempo, pero no obtuvo respuesta alguna. Pero Jesús le dijo: Si realmente eres un maestro, y si conoces bien las letras, dime el valor de la alfa y yo te diré el de beta. Enfadado, el maestro lo golpeó en la cabeza. Al sentir el niño el dolor, lo maldijo. Y al punto se desvaneció el maestro y cayó en tierra. Regresó el niño a casa de José. Se llenó José de tristeza y recomendó a su madre que no le permitiera salir fuera de la casa, porque morían todos los que le disgustaban.

El maestro amable.

Después de algún tiempo, nuevamente otro profesor, que era amigo sincero de José, le dijo: Trae al muchacho a mi escuela, quizá pueda yo con cariño enseñarle las letras». Le respondió José: Si te atreves, hermano, llévalo contigo. Lo tomó, pues, con temor y gran angustia, pero el niño iba de buena gana. Entró decidido en la escuela y encontró un libro colocado sobre el pupitre. Lo tomó, pero no leyó las letras que había en él, sino que, abriendo la boca, se puso a hablar movido por el Espíritu Santo, y enseñaba la Ley a los presentes que lo escuchaban. Una gran muchedumbre que se había congregado lo rodeaba escuchándolo y se admiraba de la hermosura de su enseñanza y la disposición de sus razones, porque siendo un niño hablaba de aquella manera. Cuando José lo escuchó, se llenó de temor, y fue corriendo a la escuela, temiendo que también aquel profesor quedara lisiado. Pero dijo el profesor a José: Sepas, hermano, que yo recibí a este niño como a un discípulo, pero él está lleno de abundante gracia y sabiduría. En consecuencia, hermano, creo que lo mejor es que te lo lleves a tu casa. Cuando el niño oyó estas palabras, le sonrió y le dijo: Porque has hablado rectamente y has dado un testimonio correcto, aquel que ha sido castigado quedará también sano gracias a ti. Enseguida quedó curado el otro profesor. José tomó al niño y se marchó a su casa.

Curación del mordido por la víbora.

Envió José a su hijo Santiago a recoger leña para traerla a su casa. Y el niño Jesús iba con él. Mientras reunía Santiago las ramas de leña, una víbora le mordió en la mano. Estando tumbado en el suelo y a punto de morir, se le acercó Jesús y le sopló en la mordedura. Enseguida cesó el dolor, el animal reventó y al punto quedó sano Santiago.

Resurrección de un niño.

Después de estos sucesos, había en la vecindad de José un niño enfermo que murió. Su madre le lloraba fuertemente. Oyó Jesús que se formaba un gran duelo y un tumulto, y acudió corriendo a toda prisa. Encontró muerto al niño, lo tocó en el pecho, y le dijo: A ti digo, criatura, no mueras, sino vive y permanece con tu madre. Al momento el niño abrió los ojos y sonrió. Y Jesús dijo a la madre: Tómalo, dale leche y acuérdate de mí. Al verlo, la multitud que estaba presente se llenó de admiración, y dijo: Verdaderamente este niño o es Dios o un ángel de Dios, porque toda palabra que dice se convierte en realidad. Y Jesús se retiró de allí jugando con los otros niños.

El albañil resucitado.

Después de algún tiempo, se estaba construyendo una casa cuando se formó un gran tumulto. Jesús se levantó y fue hasta aquel lugar. Y vio a un hombre que yacía muerto en el suelo, lo tomó de la mano y le dijo: A ti te digo, hombre, levántate y continúa tu trabajo. Inmediatamente se levantó y se postró ante Jesús. Al verlo, la multitud se llenó de admiración y dijo: Este niño es del cielo, pues ha salvado a muchas almas de la muerte y las tendrá que salvar durante toda su vida.

Jesús en el Templo con los doctores.

Cuando cumplió los doce años, marchaban sus padres según la costumbre a Jerusalén para la fiesta de Pascua en un grupo de viajeros. Después de la Pascua, regresaban a su casa. Cuando ellos regresaban, se volvió el niño Jesús a Jerusalén. Sus padres creyeron que iba en la comitiva. Después de un día de camino, lo buscaban entre sus parientes. Al no encontrarlo, se llenaron de tristeza y regresaron otra vez a la ciudad en su busca. A los tres días, lo encontraron en el Templo sentado en medio de los doctores escuchándolos y haciéndoles preguntas. Todos estaban atentos y se admiraban de que siendo un niño dejaba sin palabra a los ancianos y a los doctores del pueblo desentrañando los capítulos principales de la Ley y las parábolas de los profetas. Acercándose su madre María, le dijo: ¿Por qué has hecho esto con nosotros, hijo mío? Mira que te estábamos buscando apenados. Les dijo Jesús: ¿Por qué me buscáis? ¿No sabéis que es preciso que me ocupe en las cosas de mi padre? Los escribas y los fariseos le preguntaron: ¿Eres tú la madre de este niño? Ella respondió: Sí, lo soy. Ellos le dijeron: Dichosa tú entre las mujeres, porque Dios ha bendecido el fruto de tu vientre, ya que una gloria tan grande, y tan grande virtud y sabiduría, ni la hemos visto ni la hemos oído jamás. Se levantó Jesús y siguió a su madre. Y estaba sometido a sus padres. Su madre guardaba en la memoria todos estos sucesos. Jesús crecía en sabiduría, en edad y en gracia. A él la gloria por los siglos de los siglos, amén”.[3]

 

El proceso jurídico de Jesús a debate.

En Judea las leyes eran simultáneamente religiosas y jurídicas. Se contenían en el Antiguo Testamento. Su fundamento era el decálogo o diez mandamientos, dictados por Dios al pueblo hebreo, por mediación de Moisés, recibidos en el monte Sinaí. Tales mandamientos entrañan normas rectoras de la conducta del hombre frente al ser supremo (religiosas), así como del comportamiento de los hombres entre sí y frente a la sociedad. El decálogo era la fuente principal del derecho penal hebreo, su violación no solamente implicaba una ofensa a Dios sino al mismo pueblo judío. Igualmente, este Derecho derivó de los 5 libros que forman el Pentateuco y que los hebreos denominaron Torah o Ley, siendo tales libros el Génesis, el Éxodo, el Levítico, los Números y el Deuteronomio. En ellos se encuentra lo que modernamente se conoce como tipificación delictiva, o sea, la prevención de diversos delitos. En cuanto al derecho penal adjetivo, el proceso debía normarse por diversos principios que eran los siguientes, previstos en los libros bíblicos:[4]

  1. a) El de publicidad, en el sentido de que los tribunales debían actuar frente al pueblo y especialmente el Sanhedrín que se reunía en un recinto llamado Gazith.
  2. b) El de diurnidad consistente en que el procedimiento judicial no debía prolongarse después del ocaso, es decir, de la puesta del sol.
  3. c) El de amplia libertad defensiva del acusado.
  4. d) El de escrupulosidad en el desahogo de la prueba testimonial de cargo y de descargo, sin que valiesen las declaraciones de un solo testigo.
  5. e) El de prohibición para que nuevos testigos depusieran contra el acusado una vez cerrada la instrucción del procedimiento.
  6. f) El de sujeción de la votación condenatoria a nueva revisión dentro del término de tres días para que generara la sentencia en caso de corroborarse.
  7. g) El de inmodificabilidad de los votos absolutorios en la susodicha nueva votación.
  8. h) El de posibilidad de presentar pruebas en favor del condenado antes de ejecutarse la sentencia.
  9. i) El de invalidez de las declaraciones del acusado si no fuesen respaldadas por alguna prueba que se rindiese en juicio.
  10. j) El de aplicación a los testigos falsos de la pena con que se sancionaba el delito que denunciaran.

            Además de respetarse los citados principios, en el régimen judicial hebreo los jueces debían “juzgar con justo juicio” sin inclinarse en favor de ninguna de las partes y sin aceptar dádivas que “ciegan los ojos de los sabios y trastornan las palabras de los justos”, obligándose a administrar justicia con rectitud.[5]

El Sanehdrín.

El Sanehdrín o sanedrín era el “tribunal supremo del pueblo judío”. Se afirma que se creó en el siglo II a.C., aunque también se sostiene que sus orígenes se remontan a la época de Moisés. En el libro de los Números del Antiguo Testamento se previó su institución por mandamiento divino. El texto respectivo es el siguiente: “Y el Señor le dijo a Moisés: reúne a setenta hombres de los ancianos de Israel a quienes tu conozcas, que sean ancianos del pueblo y sus rectores, y llévalos al Tabernáculo y comparezcan allí contigo”. Así, se asevera que Moisés ya había escogido varias personas de consumada piedad y rectitud para que le ayudaran en la decisión de las causas y que Dios las inflamó con su espíritu a efecto de que con su consejo condujeran al pueblo por los senderos de la religión y de la justicia. En consecuencia, por su origen divino, ese grupo de setenta ancianos y maestros de la ley (sanhedrín), se reputó como el tribunal de Jehová, cuyas resoluciones tenían el rango de fallos de Dios. Conocía de los delitos graves que, como la blasfemia e idolatría, se castigaban con la pena de muerte, cuyo decreto, debía ser homologado por el gobernador romano.[6]                                               Antes de continuar es importante mencionar que el supuesto delito del que el sanehdrín acusaba a Jesús era el de blasfemia[7] y, como falta religiosa, era de exclusiva incumbencia del mismo juzgarla. Sin embargo, Jesús fue acusado también de sedición[8], delito de tipo civil, cuyo juicio corría a cargo del estado. No obstante, esta falta fue inexistente, ya que Cristo nunca cometió un delito contra el estado romano.

Pero tal como había mencionado, el estado romano a cargo de Poncio Pilato tuvo que inventarse un delito que nunca existió para homologarlo con el delito religioso de blasfemia. Y de esta forma darle gusto al sanehdrín, ya que durante el interrogatorio al que sometió a Jesús, jamás halló ningún delito contra Roma que ameritara su intervención como procurador, de ahí que Pilato se lavara las manos por la sentencia de crucifixión aplicada a Jesús. Puesto que de lo contrario y como delito religioso, Cristo únicamente hubiera sido lapidado, tal como lo dictaba la ley de Moisés, en vez de ser crucificado. Puesto que esta última pena de muerte era aplicada únicamente por el estado romano.

Anomalías en el proceso judicial.

Como explique párrafos atrás, Pilato tuvo que aplicar una sentencia a un condenado por un delito inexistente, muy seguramente presionado por el sanedrín y por el temor a ser considerado traidor al emperador y a Roma de no hacerlo. No obstante, no fue el único que violó la legislación romana. También el sanedrín incurrió en una violación de sus propias leyes, las cuales según el decálogo anteriormente expuesto son:

  1. a) Violación al principio de publicidad en virtud de que el proceso se verificó en la casa de Caifás y no en el recinto oficial llamado Gazith.
  2. b) Violación al principio de diurnidad, puesto que tal proceso se efectuó en la noche.
  3. c) Violación al principio de libertad defensiva, ya que a Cristo no se le dio oportunidad de presentar testigos para su defensa.
  4. d) Violación al principio de rendición estricta de la prueba testimonial y de análisis riguroso de las declaraciones de los testigos, pues la acusación se fundó en testigos falsos.
  5. e) Violación al principio de prohibición para que nuevos testigos depusieran contra Cristo una vez cerrada la instrucción del procedimiento, ya que con posterioridad a las declaraciones de los testigos falsos, el sanedrín admitió nuevos.
  6. f) Violación al principio consistente en que la votación condenatoria no se sujetó a revisión antes de la pronunciación de la sentencia.
  7. g) Violación al principio de presentar pruebas de descargo antes de la ejecución de la sentencia condenatoria, puesto que, una vez dictada, se sometió a la homologación del gobernador romano Poncio Pilato.
  8. h) Violación al principio de que a los testigos falsos debía aplicárseles la misma pena con que se castigaba el delito materia de sus declaraciones, toda vez que el sanedrín se abstuvo de decretar dicha aplicación a quienes depusieron contra Jesús.[9]

Revisión médica de la crucifixión.

Siendo la crucifixión una pena de muerte cruel (a la que Cicerón describió como crudelíssimus taeterrimumqus supplicium “el castigo más cruel y abominable”), Jesús sufrió en su cuerpo diversas agresiones físicas además de psicológicas, lo que convirtió el camino al Gólgota en un auténtico martirio.                                                                                                                                      Estudios médicos indican que la crucifixión provocaba una muerte lenta con el máximo dolor y sufrimiento. Durante 18 horas, Jesús sufrió múltiples agresiones físicas y mentales para causar una lenta agonía, debilitarlo y acelerar la muerte en la cruz. El análisis del estado físico de Jesús en sus últimas horas empieza durante la oración en el monte de los olivos, después de la santa cena celebrada el jueves. Lucas –discípulo de Cristo y médico de profesión- cuenta que Jesús intuía que la hora de su muerte estaba cerca, y que la intensa agonía convirtió su sudor en sangre. Según los expertos, esta descripción coincide con un fenómeno llamado hematohidrosis, que se achaca a estados altamente emocionales y que provoca pequeñas hemorragias en las glándulas sudoríparas. Poco después, Jesús fue arrestado por los oficiales del templo, que le llevaron durante toda la noche de un lado a otro a donde se llevaron a cabo los juicios judíos y romanos. Se calcula que recorrió unos 4 km a pie.[10]                                                                                                                                     La agresión comenzó a las 9 de la noche del jueves, cuando Judas lo encontró, junto con otros, rezando en el monte de los olivos. De allí fue llevado ante Anás, Caifás –sumo sacerdote- y el sanedrín –tribunal supremo de los judíos-, donde fue acusado de blasfemia y condenado a muerte. Como para ejecutarlo necesitaban el permiso de la autoridad romana, decidieron no esperar y esa misma noche, le enviaron ante Poncio Pilato. Luego de idas y venidas, Jesús fue finalmente entregado a la gente. Había pasado toda la noche sin dormir, los resultados de ese agotamiento empezarían a notarse.[11]

            Cuando cayó en manos del pueblo, fue despojado de sus ropas y atado a un poste. Según la ley judía, el condenado debía ser azotado antes de la ejecución con un máximo de 39 latigazos, aunque se cree que recibió alrededor de 100. El látigo estaba formado por cuatro o cinco correas de piel de becerro con bolas de plomo y pedazos de hueso de oveja insertados en los extremos. Se estima que los latigazos provocaron heridas equivalentes a quemaduras de tercer o cuarto grado, desgarrando la piel, en consecuencia, el intenso dolor y la perdida abundante de sangre provocó una hipotensión ortostática, y le dejaron en un estado cercano al shock hipovolémico.[12]                           A las nueve de la mañana, los soldados romanos encaminaron a Jesús hacia el lugar de la ejecución, cargando sólo el patíbulo horizontal. Una vez en el Gólgota, los soldados le arrojaron al suelo con los brazos extendidos para clavarle al patibulum, con lo que, según los estudios, lograrían reabrir las heridas de los latigazos y contaminarlas con la suciedad del suelo. El siguiente paso era inserta el travesaño –con la victima clavada en él- en la almilla del madero vertical para formar la cruz completa. Para fijar al condenado a la cruz, los soldados utilizaban tres clavos de entre 13 a 18 cm de largo: dos para las extremidades superiores y sólo uno para ambos pies. Por otra parte, se ha creído que Jesús fue clavado atravesando la palma de las manos, no obstante, ahora se sabe que esto es imposible debido a que éstas no soportan el peso del cuerpo. Se sabe que las puntas de hierro fueron clavadas entre los huesos carpianos de la muñeca y el radio, o entre las hileras de carpianos, atravesando los ligamentos o pasando cerca de ellos. Algunos estudios sostienen que los clavos de las muñecas pudieron dañar el nervio mediano, de ser así, fue un dolor atroz.[13]                                    Otro de los estudios que se realizó buscó desentrañar que había causado la muerte de Jesús, es decir, si había sido causada por los clavos, la posición en la cruz, etc. Para ello, se simuló la crucifixión con unos voluntarios –con ayuda de cuerdas y ganchos- y se comprobó que la posición de los brazos sobre el patibulum era un factor muy importante: cuanto más estirados estaban, más doloroso era permanecer suspendido. Lo que determinó el experimento es que, al quedar el cuerpo suspendido de las muñecas, los pulmones quedan hiperextendidos, por lo que no se produce la contracción necesaria para tomar el aire. Así, la única forma de inhalar y exhalar es elevando el cuerpo mediante la presión de los pies contra la madera, lo cual es muy doloroso. Además, en cada subida y bajada, las profundas heridas de la espalda de Jesús rozaban con la madera áspera de la cruz, desangrándose aún más. Los pies se fijaban con un solo clavo al madero. Normalmente, el clavo atravesaba el primero o segundo espacio intermetartasiano, en el extremo distal de la articulación tarsometatarsal. Puede que el nervio profundo peroneal y alguna rama del medio y el plantar lateral hubiesen sido dañados por el clavo.[14]                                                                                                        La respiración era superficial, dado que la respiración era principalmente diafragmática. Se cree que esta insuficiencia acabó en una hipercapnia, es decir, un exceso de dióxido de carbono en los líquidos corporales y una fatiga acompañada de calambres musculares y contracciones. Lo que provocó finalmente la asfixia de Jesús, por tanto, murió antes de lo esperado y no hubo necesidad de quebrarle las piernas como comúnmente se hacía con los crucificados. Por otra parte, los evangelios narran que para cerciorarse de que habría muerto, un soldado de nombre Longinos le atravesó el costado con una lanza y al instante brotó sangre y agua. Quizá el agua descrita era fluido pericárdico y pleural. La sangre debió provenir de la aurícula derecha o del ventrículo derecho o del hemopericardio. En resumen, el agua y la sangre brotada de su costado se deben a que su corazón había latido demasiado a causa del estrés y tortura al que fue sometido, causando que la membrana que cubre al corazón se llenara de una especie de suero semejante al agua. Acorde a los estudios científicos realizados, se cree que Jesús falleció a causa de una ruptura del miocardio. Esto habría provocado una muerte súbita con un rápido taponamiento cardiaco y la salida de fluidos, a causa de la herida que la lanza hizo al miocardio (membrana que recubre al corazón).[15]

El mensaje crístico para una sociedad degradada.

Contrario a lo que muchas personas creen, el mensaje y ministerio de Jesús comenzó con su resurrección y posterior ascensión al cielo. Sin embargo, su mensaje, evangelio o buena nueva no concluyó ni con los apóstoles ni con los mártires y santos. Sus palabras resuenan hasta la fecha, solo que con aparente menor medida, confinados la mayoría de las veces, en los muros de templos y claustros.

 En el mundo que vivimos hoy en el que la violencia, la corrupción y toda clase de males aquejan al ser humano, el mensaje crístico se vuelve cada vez más emergente y necesario. Desde mi punto de vista, el auténtico mensaje de Cristo yace en aquel nuevo mandamiento que dio a sus discípulos y de ahí a toda la humanidad: Amad los unos a los otros, como él nos amó. Pero este concepto de amor no se refiere al mal llamado amor carnal que la mayoría creemos, el cual es más deseo que amor. El amor al que hace referencia Jesucristo es aquel que es universal, que ama la vida en todas sus formas y perdona todo, sin condiciones. Considero también que muchas de sus enseñanzas han sido tergiversadas y acomodadas según intereses particulares y/o de poder.                      Es por ello, que pareciera que solo cada Semana Santa, los humanos se detienen un momento a reflexionar sobre el concepto de pecado y asisten a confesarse o darse golpes de pecho en los templos y procesiones. Mientras que el resto del año somos indiferentes y crueles con nuestros hermanos e incluso con nosotros mismos. Se nos ha olvidado, quizá convenientemente o influenciados por sacerdotes o letrados que el mensaje de Jesús se debe vivir día a día; en lo que platicamos, en el trato que nos damos a nosotros mismos y a los demás (al prójimo). Un mensaje que permite vernos como un espejo de cada ser existente en el universo, en el que por cierto la cultura Maya mencionaba que: yo soy tu, tu eres yo, como un fiel retrato de otras criaturas.

Finalmente considero que otro grave error es creer que el mensaje de Jesús es exclusivamente de orden religioso, cuando en realidad, sus enseñanzas están basadas en un principio universal y ajeno a cualquier doctrina religiosa: el amor y respeto a la vida. Seguramente cuando comprendamos el verdadero mensaje de Jesús seremos libre de pensamiento y conducta, pero sobre todo, podremos vernos como un eslabón más en la escala evolutiva, en el que no somos amos y señores de nada ni de nadie, sólo una forma de vida más en la inmensidad del universo. En el que la muerte sólo es el principio de una nueva etapa de evolución de la conciencia.

 

 

Bibliografía.

Alianak, George y Josua Herón. La sabana santa y otros lienzos sagrados. Madrid. Perymat libros. 2007. (Col. Misterios de la Historia).

Burgoa Orihuela, Ignacio. El proceso de Cristo. Monografía jurídica sinóptica. México. 9na. Edición. Editorial Porrúa. 2013.

  1. AA. Todos los evangelios. Traducción íntegra de las lenguas originales de todos los textos evangélicos conocidos. Editor digital: Titivillus. 2009. Traducción de Antonio Piñero. En línea: https://www.pdfdrive.com/todos-los-evangelios-traducci%C3%B3n-%C3%ADntegra-de-las-lenguas-originales-de-todos-los-textos-evang%C3%A9licos-conocidos-e179859289.html (Consultado el 14 de abril de 2022).

[1] El término apócrifo significa oculto, no falso como comúnmente se ha creído.

[2] VV. AA. Todos los evangelios. Traducción íntegra de las lenguas originales de todos los textos evangélicos conocidos. Editor digital: Titivillus. 2009. P. 247. Traducción de Antonio Piñero. En línea: https://www.pdfdrive.com/todos-los-evangelios-traducci%C3%B3n-%C3%ADntegra-de-las-lenguas-originales-de-todos-los-textos-evang%C3%A9licos-conocidos-e179859289.html (Consultado el 14 de abril de 2022).

[3] Ibídem, pp.  247-253.

[4] Ignacio Burgoa Orihuela. El proceso de Cristo. Monografía jurídica sinóptica. México. 9na. Edición. Editorial Porrúa. 2013. Pp. 10-11.

[5] Ibídem, pp. 11-12.

[6] Ibídem, pp. 12-13.

[7] La blasfemia hace referencia a que Jesús se proclamó Rey de los judíos e Hijo de Dios.

[8] La sedición se refiere a que Jesucristo incitaba al pueblo hebreo a levantarse en armas contra Roma, así como a negarse a pagar tributo al mismo estado romano.

[9] Ibídem, pp. 58-59.

[10] George Alianak/ Josua Herón. La sabana santa y otros lienzos sagrados. Madrid. Perymat libros. 2007. P. 61. (Col. Misterios de la Historia).

[11] Ídem.

[12] Ibídem, p. 62.

[13] Ibídem, pp. 62-63.

[14] Ibídem, pp. 63-64.

[15] Ibídem, pp. 64-65.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *