Perspectiva

PALABRAS SENCILLAS (2019)*

Escuché a muchas personas hablar sobre el amor y no saber describirlo. Vi algunas sufrir por su corazón destrozado y los sueños estrellados en el piso. Leí alguna ocasión sobre las heridas de un vendedor compradas por personas que anhelaban experiencias.

La vi caminando por la calle principal un miércoles por la tarde, eran las 5:00 P.M., y París parecía tener un desfase temporal. La saludé tan natural y reprimiendo mi impulso de correr a abrazarla, seguí caminando.

No avance mucho. Me detuve antes de cruzar la avenida y cedí a mi necesidad de volver a verle. De estar con ella unos minutos, sin discutir sobre las cosas que salieron mal y el por qué dejamos de estar juntos. Habían pasado un par de años y nunca dejó de dolerme mucho.

Pero no sé olvidar, y se le llama amor cuando el sentimiento es mutuo. Regresé sobre mis pasos y le toque el hombro en juego como muchas veces antes. Volteo a mirarme con una sonrisa, sus ojos brillantes y el cabello negro azabache que me movía la brisa de septiembre.

No dije nada, las palabras se borraron de mi mente y mi mano derecha se deslizó sobre mi cara. Alegre, triste, alegre, triste. Ella rió alegremente y el semblante serio que tenía mientras caminaba se desvaneció, la conozco lo suficiente para saber cuándo está triste o preocupada.

Caminamos en silencio. Ella justo a mi lado y le miraba ocasionalmente hasta que ella me atrapaba haciéndolo. Entonces yo miraba al frente y ponía un semblante serio, pero con una sonrisa disimulada.

Un par de calles después llegamos a la terminal de autobuses y nos sentamos en la sala de espera. El silencio era amigable e intentaba camuflar aquello implícito en el momento.

Por un momento quise hablar del clima como antaño, como la primera vez que hablamos en el parque del planetario. Ella suspiró, quizá esperaba que habláramos de aquello que nunca hablamos tras la ruptura, quizá solo necesitábamos compañía.

Tome sus audífonos y los conecté a mi teléfono. No tenía las palabras adecuadas para el momento pero sí un par de canciones. Cada uno tomó un auricular y presione play en el reproductor. La canción inicio. «Y si…» de Jonan. Ella apretó mi mano y sonrió. Dejamos que la letra nos llevará a navegar junto a los recuerdos buenos, al terminar. Miró su reloj, en unos 10 minutos su camión partiría, busque apresuradamente una canción en el reproductor y le mostré el título.

La conocía, seguramente la escucha regularmente. Es de las cosas que tenemos en común, buscó en su teléfono algo mientras el estribillo de la canción sonaba, me mostró la lista de reproducción con las canciones que grabé para ella.

Mentiría si negara que mi corazón se detuvo por un momento. Era una sensación extraña pero agradable. La canción terminaba poco a poco, las palabras sencillas y los detalles simples nunca fueron lo mío. Siempre me enrede en metáforas, poemas y dilemas astronómicos.

Pero estábamos allí. Disfrutando el momento que el tiempo nos regaló. Nos levantamos al unísono y nos dirigimos a la taquilla. Compro su boleto y le acompañé a la bahía de ascenso.

Se giró y me abrazo. Tal vez uno. Tal vez dos o más… Pero los minutos fueron eternos. Le miré por última vez sus ojos ámbar, jugué con su cabello y la observé mordisquear su pulgar derecho, los hoyuelos de su sonrisa, el parpadeo de sus ojos y yo cerrando los míos junte mi frente con la de ella. Ella jugó con mis mejillas un momento y con último apretón de manos se desvaneció.

Cuando abrí los ojos ella había marchado. Sonreí y me dirigí a la salida. Siempre le dije que era una luz de esperanza en mis momentos más oscuros, estuvo cuando toque fondo y en mi mayor logro.

Continúa estando y no a la vez. Es extraño, curioso pero agradable. Ella es un ángel de la guarda y yo solo un eterno escritor noctámbulo.

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