TUMBAS VACÍAS.
“El culto a la vida, si de verdad es profundo
y total, es también culto a la muerte.
Ambas son inseparables. Una civilización que
niega a la muerte acaba por negar a la vida.”
(Octavio Paz)
Cenotafios. Estado de México, noviembre de 2020
Todas las culturas desarrollan una visión respecto a la muerte la cual determina su propia vida y pensamiento, y en esta diversidad de visiones desde luego, México destaca al ser reconocido como uno de los principales líderes de América por su vasta cultura funeraria producto de la unión de creencias, así como tradiciones distintas, sobre todo en el marco de la festividad dedicada al Día de Muertos al desplegar un enfoque de conmemoración, reencuentro y culto particulares (!), donde la muerte es cuestión de risa y fiesta para los muertos o fieles difuntos; características que permiten conformar nuestra herencia cultural y estandarte, dándonos identidad, por este motivo, esta celebración no es duelo, no duele. No puede recibirse al familiar, al amigo con lágrimas en los ojos; es tiempo de fiesta.
Estudios históricos y antropológicos han permitido confirmar que las celebraciones dedicadas a los muertos no solo comparten en nuestro país una profundidad histórica a fin de constatar una antigua práctica ceremonial donde convive la tradición católica y la tradición precolombina, sino también su diversidad contemporánea de tradiciones, en razón de la pluralidad étnica sobre la que se sustenta.
Esto indica, que el conjunto de prácticas y tradiciones, entorno a la fiesta de Día de Muertos, al constituir una de las costumbres más arraigadas y dinámicas, consiente tener una visión de la muerte no solo en los rituales anuales en torno a ella el primero y dos de noviembre, sino también en los «ritos de paso», es decir, aquellos que ayudan a curar la pena por la pérdida de las personas y superarla por la angustia de sabernos finitos, tal como: “a) Ritos Funerarios. Llevados a cabo a partir del momento del deceso de un individuo, hasta el traslado del cuerpo al lugar destino (v.gr., panteón), y b) Ritos recordatorios. Permiten la trascendencia y convivencia del difunto con los vivos. Comprende el tiempo destinado al luto y a las conmemoraciones inmiscuidas al difunto. El objetivo es recordar a «los que ya se fueron» y, al mismo tiempo, ayudar a solventar la necesidad de trascendencia del vivo. En este tipo de rituales entran, los aniversarios de muerte, el día de muertos, fieles difuntos, etc.” (Mendoza Luján José Eric, 2006)
Ciertamente, vale señalar, las celebraciones que propician el culto a nuestros antepasados (los muertos), a través de ritos, al ser producto de la práctica o modo habitual o frecuente de hacer o pensar de una persona o grupo de personas (costumbre) han propiciado otros hábitos y manifestaciones cuyo origen se basa en la tradición popular, materializando ritos recordatorios, como muestra, tenemos las expresiones de duelo por la pérdida de familiares, amigos o conocidos a quienes luego de morir, en su honor y memoria indistintamente les construyen «cenotafios». En efecto la palabra cenotafio, deriva del griego kenos cuyo significado es “vacío” y taphos, “tumba”, o bien del latín monimetum, que significa monumento, en otras palabras, es una tumba vacía, monumento o edificación funeraria simbólica, pues no está presente el cuerpo del difunto o la persona a quien se dedica, por eso se erigen construcciones a ras de tierra de uno, dos o tres niveles empotrando capillas o cruces y repositorios para flores, lo más cercano donde fueron recogidos los cuerpos con o sin vida después de fatales accidentes.
Justamente el complejo entorno cultural relativo a la festividad dedicada al Día de Muertos, ha materializado a lo largo de la república mexicana una extensa arquitectura simbólica y ritual que se expresa y ha hecho común en infinidad de manifestaciones, como los cenotafios, los cuales de acuerdo a las expresiones de religiosidad popular se distinguen y son más vistosas a partir del 28 de octubre y principios de noviembre pues “… las calles y carreteras se ven floreadas e iluminadas por las cruces y capillitas de personas a las que la muerte las [sorprendió] en un accidente o la vuelta de la esquina.” (Elena Poniatowska, 2005)
Se cree que este fenómeno, fue impulsado en México durante la época Colonial, y al igual que otras costumbres referentes a la muerte, se fusionó con las costumbres prehispánicas y fue extendido a culturas de los países latinoamericanos, y de alguna forma estas manifestaciones memoriales cobran vida por los diversos escenarios y por los significados que adquieren los rituales para los dolientes y para sus visitantes esporádicos o frecuentes. Hasta cierto punto, explican la dualidad cuerpo-alma, de ahí que las capillitas o cruces sean espacios simbólicos para que el alma del difunto «descanse en paz», ya que en sentido religioso eso ayuda a evitar que vivan en pena (o purgatorio) y para que el alma del fallecido no espante o moleste a los vivos (Karla Almaraz, 2019, Pablo Huerta Gaytán y otros, 2018).
En suma, mientras en los rituales funerarios están centrados en el cuerpo, siendo los principales componentes el velorio y el entierro (los restos descansan en el cementerio), reflejan efectos más profundos, pues supuestamente guían al difunto a su destino después de la muerte, por lo que en contraste, los rituales recordatorios, particularmente los representados por los cenotafios, son edificaciones simbólicas donde se honra el alma, por ello se dice que “los vivos actúan cuando el establecimiento de una tumba es imposible, y desean erigir al menos un monumento, para perpetuar la memoria del desaparecido [o de quien perdiera la vida trágicamente].” (Rossel, 1992).
Una persona muere –se dice– cuando ya nadie se acuerda de ella.
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