LA OTRA CARA DE LA NAVIDAD
Autor: Historiador Mauricio Flores Pilotzi.
Para la mayoría de las personas la Navidad es una época de felicidad, paz y convivencia con la familia. Sin embargo, un aspecto poco conocido es que esta festividad también encierra aspectos oscuros provenientes de religiones paganas. Además de que los días que van del 25 de diciembre al 6 de enero conocidos como los 12 días mágicos, son fechas en las que seres sobrenaturales rondan por la tierra recordándonos que en estas fechas no todo es algarabía.
Respecto a los elementos propios de la época navideña, se ha escrito bastante. No obstante y para fines del presente artículo, quiero exponer las características de algunos personajes sobrenaturales de la tradición oral propia de esta temporada, que si bien no forman parte de la cultura mexicana, si resulta interesante conocer, ya que forman parte del folclore de la cultura occidental, de la cual somos parte. Además de que algunos de ellos, como el Krampus, han desembocado en filmes consumidos por la mayoría del público; así como las creepypastas navideñas del agrado particularmente del público juvenil.
Los doce días mágicos.
Como mencioné párrafos atrás, los días que corren de la navidad a la epifanía, son conocidos como los 12 días mágicos. Y esto obedece a que durante estas fechas la oscuridad en sentido literal cobra fuerza sobre la luz, propiciando que las criaturas sobrenaturales propias de esta temporada deambulen por la tierra. Pero no sólo las fiestas de navidad y fin de año son propicias para la aparición de seres oscuros. Ya que desde la Edad Media también se creía que la aparición de fantasmas era más proclive durante estas fechas. La literatura medieval afirma:
“Los aparecidos son huéspedes del invierno. Llegado el invierno, dice la saga de los feroyanos, aparecieron muchos aparecidos. Las manifestaciones comienzan en general hacia diciembre, son más numerosas en el solsticio y disminuyen en marzo, sin cesar totalmente. Los narradores salpican sus relatos de observaciones precisas. Era un poco antes de Navidad, dicen los Anales islandeses, la noche de Navidad, refiere la saga de la gente de Floi o Jol y más generalmente la estación fría, está ligada entre los germanos al recuerdo de los muertos. Se honra a los antiguos, se hacen sacrificios –el otro nombre de Jol es el sacrificio de los elfos- y se mata un verraco, el animal sagrado del dios Freyr, que encarna la tercera función (fecundidad y fertilidad). Es una fiesta de familia, una conmemoración de los difuntos… Es normal, por tanto, que las apariciones aumenten en este periodo del año, sobre todo durante el ciclo de los doce días (Navidad, fin de año y Reyes). En esta temporada es común la aparición de la llamada Santa Compaña, Hueste antigua o Tropa de Odín en los países europeos, sobre todo en el norte del continente.”[1]
En la Edad Media la Iglesia trató de oponerse a las costumbres más licenciosas y carnavalescas que se refugiaban en los últimos días del año y que tenían claras reminiscencias paganas. Los antiguos sacramentarios contenían formularios de misas contra la idolatría, prohibiendo los disfraces, las procesiones grotescas y las representaciones de carácter mitológico. Y dos fechas eran las que estaban en el punto de mira: Nochebuena y Nochevieja. Y a san Silvestre le consagraron una de las noches más importantes de todo el año. ¿Qué méritos ostentaba? La Iglesia buscó en el martirologio un santo propicio para que hiciera de bisagra entre el final del año viejo y el inicio del año nuevo. Y encontró a un Papa que ejerció sus funciones entre el año 314 y el 335, en un largo pontificado dentro de uno de los periodos claves para la Iglesia, el que siguió al Edicto de Milán (313), con la conversión del emperador Constantino –bautizado, por cierto, por san Silvestre–. Así que tenemos a un Papa que cierra una etapa pagana y abre otra en el Imperio, a modo de dios Jano cristiano. Una leyenda iniciática narra que san Silvestre liberó a Italia de un dragón que vivía en una caverna a la que se llegaba pasando por 365 escalones, tantos como los días del año. Aquel dragón no era otro que el paganismo y los escalones representarían el año romano, que san Silvestre consagró al nuevo dios cristiano, matando así a la fiera.[2]
Hay que tener en cuenta, además, que Jesucristo es un mesías solar y que la fecha de su nacimiento fue elegida arbitrariamente por coincidir con el solsticio de invierno, el cual ocurre alrededor del 21 de diciembre; dando lugar al día más corto y la noche más larga del año. A partir de esta fecha, coincidente con nuestra actual navidad, los días empiezan a extenderse paulatinamente hasta el solsticio de primavera, cuando ocurre el triunfo definitivo de la luz sobre las tinieblas.
Sin embargo, para asegurar que la luz retornara, nuestros ancestros encendían grandes hogueras que representaban al fuego devorador o purificador. Pero, además de esto, era necesario el sacrificio humano. Para ello se quemaba un tronco seco que representaba la muerte y resurrección de un rey mesopotámico divinizado llamado Nimrob, al que se le atribuía la construcción de la Torre de Babel.
Este personaje se encarnaba, como decía, por un tronco que era quemado, pero del cual emergía un árbol nuevo; ya que las ceremonias ígneas eran consideradas desde antiguo como purificadoras. Por otra parte, se ofrecían menores en sacrificio a este personaje porque se creía que sólo así se purificaba cualquier mancha genética.
No obstante, si bien en esta ceremonia ígnea se encuentra el antecedente del árbol de navidad, los pueblos de la antigüedad requerían un símbolo que representara la fecundidad y la resurrección. Para lo cual se encontró primero en el roble al árbol sagrado, sustituido por el cristianismo por el pino que permanece siempre verde, símbolo del dios inmortal que muere y resucita. Aunque el árbol navideño encierra aún un simbolismo más profundo, que no es mi objetivo tratar aquí, pero que menciono porque es necesario que el lector conozca los orígenes y simbolismos de nuestras tradiciones y costumbres contemporáneas más allá del dogma judeocristiano.
Pero retomando el hilo conductor de este texto, se ha creído desde la Edad Media que al final del año, existen dos noches que son gustadas particularmente por seres sobrenaturales como las brujas. Una de estas fechas es la nochebuena y la noche de San Silvestre, último día del año. Estas creencias están muy extendidas sobre todo en países de Europa, y las madres evitan dejar solos a sus hijos durante estas noches.
El auge del espiritismo durante el siglo XIX.
Durante el siglo XIX era común que al finalizar la tradicional cena navideña se reunieran alrededor de la fogata a relatar historias de miedo o practicar sesiones espiritistas. Ya que como mencioné líneas atrás, se ha creído desde muy antiguo que las festividades relacionadas con el culto a los muertos se extienden hacia fines de año, particularmente noviembre y diciembre.
Creencia hoy distorsionada, ya que solo se les espera durante los últimos días de octubre y primeros de noviembre. Olvidando que los últimos dos meses del año están estrechamente vinculados con el culto a los antepasados, por ser esta la época fría y oscura del año.
Por otra parte, se cuentan relatos desde antiguo que describen la aparición de seres o sucesos extraños durante las fechas que hoy conocemos como navidad, noche vieja y día de reyes. Leyendas que con el correr de los siglos han dado lugar a las actuales creepypastas navideñas, aparentemente tan modernas pero que hunden sus raíces en la noche de los tiempos.
Las mascaradas o carnavales de invierno.
En la cultura mexicana estamos muy acostumbrados a creer que el carnaval es una fiesta propia de los meses de febrero o marzo, festividad que antecede a la Cuaresma. No obstante, si bien es cierto que las también llamadas carnestolendas o mascaradas de pre primavera son precisamente la recreación de antiguos cultos destinados al despertar de la madre tierra y la llegada de la luz.
Nos sorprendería saber que durante el inicio del invierno se llevan a cabo en diversos países de Europa, carnavales propios de esta estación fría del año, sólo que más grotescos que los llevados a cabo en los primeros meses del año. Pues estas mascaradas recrean el deambular de seres siniestros durante el mes de diciembre y particularmente en el transcurso de los 12 días mágicos ya mencionados. Estas fiestas fueron prohibidas por la Iglesia católica, sin embargo, y como siempre sucede, la tradición popular se terminó incorporando a la tradición cristiana. La descripción de algunas de ellas, las expondré a continuación.
Seres sobrenaturales invernales.
Krampus. La palabra proviene del antiguo alemán krampen que significa garra. Se le considera un sirviente de Santa Claus y es el encargado de castigar a los niños que no han sacado buenas notas o no han estado a la altura de los modales exigidos, llevándoselos a algún lugar horrible; algunas leyendas hablan del Infierno dentro de una cesta de mimbre. Este demonio de denso pelaje vive bajo tierra y aparece en la tarde del 5 de diciembre, merodeando por las calles durante dos semanas haciendo sonar campanas y cadenas oxidadas. Su rostro es diabólico, acompañado de una larga y libidinosa lengua roja, con cuernos en la frente y mirada fulminante. En Salzburgo (Austria), durante el día de San Nicolás, muchos adultos se disfrazan de esta criatura y comienzan un antiguo ritual conocido como la “Carrera del Krampus”, en el que los disfrazados con máscaras de madera y pieles de cabra portan antorchas y se abren paso por las calles asustando con cencerros y fustigando con ramas secas a mayores y niños. La Iglesia católica nunca lo vio con buenos ojos y llegó a prohibir durante años la terrorífica presencia de Krampus durante estas fiestas; de hecho entre 1934 y 1938 su mito fue prohibido por el gobierno austriaco fascista, pues le veían como símbolo social-demócrata que promovía valores anticristianos.[3]
Gryla. Dentro de los mitos islandeses ya aparece en la Saga de Sverre (siglo XII) y se trata de un gigantesco y horroroso monstruo que vive en las montañas y durante la Navidad baja a los pueblos en busca de tiernas criaturas que se hayan portado mal para comérselas asadas. A partir del siglo XVII hay un giro en esta leyenda y hacen que se case con un ogro fantástico llamado Leppalnoi, su tercer marido. Fruto de esa unión nacen los Jolasveinar o trece trolls, que realizan travesuras, a cuál más original y sanguinaria.[4]
Frau Perchta o Bertha. Popular en el folklore de Baviera, Alsacia y Austria. En las fechas navideñas era costumbre dejarle bebida y comida –arenques y ganchas– a esta criatura con un solo pie gigante de cisne, para tenerla contenta. Frau Perchta tenía la capacidad de saber si los niños y jóvenes de la casa se habían comportado bien y habían trabajado durante todo el año. Si así era, dejaba una moneda de plata dentro de un zapato o un balde. Si no, los abriría en canal, les sacaría las entrañas y los rellenaría con paja y piedrecitas. El plural de Perchta es Perchten, el cortejo de espíritus que deambulan por los doce días mágicos y que adoptan dos formas: “Perchten bellos”, para traer suerte y abundancia o los “Pertchen feos”, provistos de grandes colmillos y cola de caballo. En las fiestas invernales se celebran procesiones con estos personajes, siendo el carnaval de Fastnacht el de mayor vistosidad. Dejando de lado los aspectos meramente lúdicos, o los que simbolizan un rito de paso, Julio Caro Baroja afirma que este tipo de mascaradas se relacionan con la aparición de demonios, fantasmas y las almas de los muertos sobre la Tierra alrededor del solsticio de invierno, fecha propicia donde se abren puertas dimensionales: “Tales son las de los Perchten del Tyrol y de otras partes de Alemania del sur, que –cual los enmascarados suletinos– se dividen en los Bellos y los Feos, que van asociados a un ser mítico, Frau Perchta, de la que se dice que viene a la Tierra durante los días que van de la Navidad a Reyes e inspecciona los hogares. Estos Perchten que son representaciones de espíritus que vienen del país de los muertos, contribuyen, entre otras cosas, a promover la fertilidad de la tierra y a expulsar a los espíritus malignos mediante el sonido mágico de las campanas que llevan colgando”.[5]
Pedro el negro. En Holanda y Bélgica, según la tradición, san Nicolás viene de Alicante y todos los años desde 1934 –excepto en 1944– llega a las costas de estas naciones en un barco de vapor. Una vez desembarcado, monta en un caballo blanco llamado Amerigo. Y viene acompañado de unos ayudantes –pajes– llamados Pedritos. Aunque uno destaca sobre todos: Zwarte Piet –en castellano, Pedro “el negro”–. Los niños le piden regalos a Sinterklaas, pero quien carga el saco y baja por la chimenea es Pedro, con la cara pintada de negro, los labios rojos y gruesos, con pendientes en las orejas y una peluca de rizos. Es el fiel paje del santo varón y además su contraparte. Cuenta la leyenda que Pedro era un malvado demonio que se dedicaba a secuestrar a los niños, pero San Nicolás de Myra, obispo turco de buen corazón, le acabó derrotando y convirtiendo en su asistente personal. Desde entonces, le acompaña cada año a los puertos de los Países Bajos, trayendo un detalle a los más pequeños. El profesor y escritor de cuentos infantiles Jan Schenkman, en su libro San Nicolás y su sirviente (1850), describe los elementos esenciales como cabalgar sobre los tejados, entregar regalos a través de la chimenea y a Sinterklaas viniendo desde España en un barco de vapor hasta Ámsterdam y a su paje Pedro como procedente de África. Y esa versión se mantuvo, aunque un siglo después ya no gustó tanto porque surgió en época colonial y por tanto, Pedro era un simple siervo morisco que Sinterklaas compró como esclavo etíope para hacer el trabajo sucio, y los niños lo relacionarían así con el esclavo, el hombre que nunca será tan blanco y rubio como Nicolás.[6]
Cocos chivatos de la Navidad. Por las fechas navideñas acuden en grupo una serie de “cocos chivatos” encargados de chismorrear a sus majestades de Oriente qué niño se ha portado mal durante el año para que le deje en sus calcetines un trozo de carbón. En Cataluña tenemos a varios de estos ogros: al Pelut, al En Fumera y las Llufes. Todos ellos tienen la misión de dar cuenta a Melchor, Gaspar y Baltasar de la conducta de los infantes, informando a los monarcas con santo y seña de la vida y milagros de los niños que tienen bajo su vigilancia. Y tal como explican las leyendas: “todo lo ven, todo lo oyen y todo lo hablan”. A veces, para dar más efectividad a la farsa, algún adulto se disfrazaba de pieles, se tiznaba de negro la cara, cargaba con un saco al hombro y se dejaba entrever por el niño cuya conducta era especialmente molesta para sus padres. El efecto podía ser demoledor, tanto para bien como para mal, porque si el niño se lo creía le podía dar un susto y si no, se moría de risa. Aparte de estos puntuales informantes verbales del ultramundo, los Reyes Magos contaban con otros emisarios especiales que, desde días antes de Nochebuena, de manera invisible, husmeaban por los hogares anotando en su cuaderno todo lo que ocurría en el hogar y las trastadas que iban efectuando los niños. Uno de estos eficaces emisarios, según Joan Amades, era el Criado Gregorio, bigotudo y con un mal genio, que bajaba por las chimeneas de Barcelona, se colaba por debajo de la puerta o por el ojo de la cerradura –todo valía–. Su misión era tener pegada la oreja a la pared, siempre con oído atento y ojo avizor. En Tortosa, el espía de turno era el Gos de Pimpi, perrazo negro y peludo, chismoso hasta más no poder. En Tarrasa era el Patge Xiu Xiu, mucho más amable que los anteriores, pero con las mismas aficiones al cotilleo descarado. Los niños no sabían cómo, pero estos entes siempre se enteraban de sus peores fechorías.[7]
El Ángel caído de la Epifanía. En la tradición oral mexicana se cree que durante la víspera de la celebración de los Santos Reyes, un ángel caído baja a la tierra en busca del alma de un niño. Pues así como Melchor, Gaspar y Baltasar llevaron obsequios al Niño Dios. Así también un demonio busca su propio regalo.
La Muerte errante de la noche de San Silvestre. La tradición oral mexicana afirma que durante la víspera del último día del año, la Muerte deambula por el mundo en busca de víctimas humanas para convertirlas en sus acólitos para el año entrante. Por tal motivo, se recomienda no salir durante el transcurso de esa madrugada y día, ya que se puede sufrir un percance y pasar a formar parte de las huestes de la parca.
Bibliografía.
Callejo Cabo, Jesús. “Black Christmas” en Enigmas del hombre y del universo. Año 2019. No. 278. Pp. 25-37.
Lecoteux, Claude. Fantasmas y aparecidos en la Edad Media. Traducción de Plácido de Prada. Palma de Mallorca. 2da. Edición. José J. de Olañeta Editor. 1999. (Col. Medievalia).
Pedrosa Bartolomé, José Manuel. “Las brujas de nochebuena y los diablos de San Juan: calendario pagano, calendario cristiano y ritos de paso” en María Jesús Zamora Calvo y Alberto Ortiz (Eds.). Espejo de brujas. Mujeres transgresoras a través de la historia. Madrid. Abada Editores/Universidad Autónoma de Zacatecas. 2012. Pp. 265-296. (Lecturas de Historia). (Serie Historia Moderna).
[1] Claude Lecoteux. Fantasmas y aparecidos en la Edad Media. Traducción de Plácido de Prada. Palma de Mallorca. 2da. Edición. José J. de Olañeta Editor. 1999. Pp. 144-145. (Col. Medievalia).
[2] Jesús Callejo Cabo. “Black Christmas” en Enigmas del hombre y del universo. Año 2019. No. 278. Pp. 27-28.
[3] Ibídem, p. 34.
[4] Ídem.
[5] Ibídem, pp. 35-36.
[6] Ibídem, pp. 36-37.
[7] Ibídem, p. 37