VIRGEN DE GUADALUPE EN MÉXICO
Autor: Historiador Mauricio Flores Pilotzi.
El surgimiento de la devoción a la Virgen de Guadalupe en México es conocido por prácticamente todos los mexicanos gracias al relato histórico sobre su aparición. Dentro de la historiografía existente sobre tal hecho, basta citar al Nican Mopohua “Aquí se narra”, escrito por el tlacuilo Antonio Valeriano. Sin embargo, lo que la mayoría de la gente desconoce es que el auténtico origen del culto guadalupano surgió en Tlaxcala, en un paraje boscoso de la montaña Matlalcueye, cuya aparición se pierde en la noche de los tiempos. No obstante, en el presente artículo daré un poco de luz sobre tal hecho hasta ahora desconocido por la historiografía oficial.
La devoción guadalupana en España.
La Virgen de Guadalupe es una advocación mariana cuyo santuario está situado en la villa de Cáceres, provincia de Extremadura, España. Es la patrona de esta provincia desde 1907. Su fiesta se celebra el 8 de septiembre. Junto con la Virgen del Pilar es patrona de todas las tierras de habla hispana, bajo el título de Reina de las Españas, otorgado por Alfonso XIII en 1928, debido a que en las dificultades enfrentadas durante la conquista y colonización de América por parte de los españoles, estos invocaban frecuente a la Guadalupana y erigieron templos bajo esta advocación mariana, fundando además poblaciones con el patronazgo mariano de Guadalupe.[1]
La imagen de la Virgen de Guadalupe está hecha en madera de cedro, según una antigua leyenda, fue encontrada por un pastor de nombre Gil Cordero –vecino de Cáceres-, a quien se le apareció junto al río Guadalupe, de quien tomo el nombre la virgen y el pueblo. De acuerdo a esta misma leyenda, la escultura estuvo siglos atrás junto al cuerpo de San Lucas, expuesta en Roma y Sevilla, hasta que en el año 714, durante la conquista musulmana; la escultura fue escondida junto al río Guadalupe, nombre dado por los árabes a esta corriente escondida en medio del bosque de Cáceres, del cual derivó el significado de Guadalupe: río oculto o corriente encajonada.[2]
En el lugar del hallazgo se construyó una ermita y posteriormente el rey Alfonso XI elevó la pequeña Iglesia a santuario. Su santuario fue uno de los más visitados de España durante los ss. XVI y XVII, Cristóbal Colón lo visitó cuatro veces y era muy grande la veneración que se le tributaba y los milagros que se le atribuían; como la liberación de cristianos cautivos de los moros y su protección en las batallas contra los musulmanes, casualmente serán los mismos españoles los que invocaran la ayuda de la Virgen María durante la Conquista de América.[3]
La Guadalupana, patrona del descubrimiento y colonización de América.
Muchos personajes famosos relacionados con el descubrimiento y la conquista de América profesaron una gran devoción a la Virgen de Guadalupe. Empezando por los Reyes Católicos, que, tal y como hemos visto en sus reuniones con Cristóbal Colón, pasaban mucho tiempo en el monasterio. Tanto es así que Isabel la Católica llegó a decir que Guadalupe era «su paraíso en la Tierra». Dicen que el primer oro que llegó de América fue a parar al monasterio, y también cuentan, como curiosidad, que los primeros pimientos procedentes del nuevo continente se cultivaron en la huerta del monasterio. Hernán Cortés, conquistador de México y oriundo de Medellín (Badajoz), también era un gran devoto guadalupano.[4]
A menudo enviaba ricos regalos a Guadalupe, como lámparas de plata «para que ardiese delante de la imagen de Nuestra Señora» o algunos objetos apreciados por los indígenas, como penachos de plumas de sus dirigentes adornados con piedras preciosas. Pero, sin duda, el objeto más curioso que Cortés ofreció a la Virgen fue el alacrán que le mordió en la Noche Triste, durante la conquista mexicana, y que estuvo a punto de acabar con su vida. Cuentan las crónicas que se encomendó a la Virgen de Guadalupe y consiguió superar la enfermedad, por eso le envió el alacrán dentro de un armazón de oro y piedras preciosas siete años después de que conquistara el imperio azteca.[5]
El relicario del alacrán no se conserva, pero existe un dibujo del bordador guadalupense fray Cosme de Barcelona donde podemos admirar la joya. Se recogen en el archivo de Guadalupe muchas informaciones de indianos de procedencia española, ya establecidos en América, que mandaban ofrendas y regalos a la Guadalupe extremeña, como por ejemplo Francisco de Toledo, que fue capitán de México y virrey del Perú, o el doctor Francisco Muñoz de Monforte, corregidor de la Ciudad de México.[6]
Especialmente se encomendaban a la Virgen de Guadalupe en los viajes, cuando había situaciones de peligro. Así lo recoge el Libro de Milagros del Monasterio, donde encontramos testimonios de peregrinos y visitantes que vinieron refiriendo historias de cómo se salvaron gracias a la intervención de la Virgen extremeña. Gonzalo Fernández de Oviedo, en el libro 50 de su Historia General y natural de las Indias, Islas y Tierra Firme del Mar Océano, trata de los «infortunios y naufragios» acaecidos durante los viajes a América y hace muchas referencias a esa protección ejercida, al parecer, por santa María de Guadalupe. Narra historias como la de Francisco Vara y Diego Sánchez Corcheros, que en 1523 sufren dos naufragios en los que fueron protegidos tras encomendarse a la Virgen de Guadalupe. Y algo parecido le ocurrió al conquistador Francisco de Orellana, tal y como relata fray Gaspar de Carvajal en su obra Descubrimiento del río de las Amazonas. El cronista asegura que, en momentos de peligro, siempre se acordaron de la Virgen de Guadalupe y prometieron ir en romería hasta el monasterio.[7]
En las relaciones entre la Virgen de Guadalupe y América también debemos citar a los monjes que partieron desde el monasterio hacia el nuevo continente. Uno de ellos fue fray Pedro del Rosal, nombrado virrey de las Indias por el emperador Carlos V. También debemos destacar la figura del monje fray Alonso de Guadalupe, uno de los misioneros más importantes en la evangelización de México. Su nombre figura entre una decena de franciscanos que en 1533 firmaron en México una carta dirigida al emperador Carlos V en la que pedían libertad y dignidad para los indígenas.[8]
La virgen mexicana o la que aplasta a la serpiente.
El nombre náhuatl de Guadalupe posiblemente se debe a una mala pronunciación de la lengua materna, no obstante, se ha sugerido el de Coatlaxopeuh “la que pisoteó la serpiente”. Una vez definido el presunto nombre indígena es importante señalar que la Guadalupana es asimilada por la cultura mexicana debido a su relación con deidades madre del mundo nahua, diosas de la fertilidad y la tierra. Tales como Coatlicue, como diosa creadora, ella era la madre de las deidades celestes, y de Huitzilopochtli y su hermana Coyolxauhqui; diosa de la luna que fue decapitada por su hermano. Otra de las advocaciones de Coatlicue es Tonantzin.[9]
Matlalcueye y la Guadalupana.
Homónimamente al culto guadalupano en el Tepeyac, en Tlaxcala el culto a la Virgen de Guadalupe encontró cabida en la montaña madre del pueblo tlaxcalteca: La Malintzi o Matlalcueye, venerada desde la prehispanidad como diosa del agua y la fertilidad, en sus múltiples advocaciones.
La imagen de la montaña se ha cimentado a lo largo de la historia como un personaje permanente en el imaginario colectivo del pueblo tlaxcalteca; su advocación femenina se ha perpetuado a través de los tiempos como la señora protectora, madre y aliada. Así que no es de extrañarnos apreciar un culto de reemplazo en el que Matlalcueye, la diosa ancestral, adquiera con la evangelización cristiana la advocación mariana. Estos dos emblemas religiosos fungen como regentes claves dentro de sus propios sistemas, es decir: la montaña en la época prehispánica representaba el espacio sacralizado, ya que poseía vida propia, alma, cuerpo, carácter, y muchas veces era la deidad misma; mientras que la imagen de la Virgen María como madre misericordiosa para los cristianos se ejerce como intermediaria entre Dios y los hombres, a su vez se representa como embajadora de los pueblos indígenas cristianizados.[10]
Históricamente se han identificado categorías, tanto indígenas como españolas, que fueron amalgamando la estructura del actual culto a la Virgen María en la montaña; así tenemos que en el siglo XVII el culto se manifestó en forma explícita y material, según consta en los Anales del Barrio de San Juan del Río de 1653: “En el mismo año subió (esto es se colocó) nuestra amada, venerada Madre de Guadalupe sobre el cerro de esta tierra de Tlaxcaltecaz: tiempo de aguas era cuando subió.”[11]
Esta afirmación de los Anales del Barrio de San Juan del Río, Puebla; se verá reafirmada por la tesis de fray Servando Teresa de Mier, en su Sermón Guadalupano de 1794, ilustra este proceso: “Que ésta fuese la misma pintura de nuestra Señora de Guadalupe se prueba de los otros dos nombres que los historiadores dan a aquella diosa Teonantzin, que son Matlalcueye y Chalchiutlicue. Matlalcueye es lo mismo: que su vestido es de azul, que verdea, tal es el manto de nuestra Señora Chalchiutlicue, nombre que los tlaxcaltecas dan todavía a nuestra Señora de Guadalupe, cuya enagua es de piedras preciosas antonomásticamente diamante, por la túnica blanca floreada de oro y algunos esmaltes de nácar.”[12]
Es necesario apuntar que para fray Servando Teresa de Mier la transición de Matlalcueye a la Virgen de Guadalupe no obedeció a un fenómeno cultural de reemplazo, sino a un proceso inspirado en la extravagante doctrina de Borunda de que el Evangelio fue predicado en el Anáhuac por el apóstol Santo Tomás, y que la religión de los mexicanos era la misma que la cristiana, desfigurada en el transcurso de los siglos por la apostasía, a decir de él mismo: “Si voy al templo de la Cihuacohuatl o mujer culebra, me encuentro una virgen blanca y rubia, que sin lesión de su virginidad parió por obra del cielo al Señor de la corona de espinas teohuitznahuac, la cual estaba vestida a la manera de Quetzalcohuatl, y por eso la llamaban también Cohuatlicue; sino por la túnica cueitl estaba esmaltada de piedras preciosas, símbolo de la virginidad, y por eso le decían Chalchihuitlicue, y el manto era azul Matlalcueye, y sembrado de estrellas Citlalcue, y por otro nombre la llamaban Tonacayohua, esto es, madre o señora del que ha encarnado entre nosotros.”[13]
Según esto, Teresa de Mier creía que la diosa del agua era María, la madre de Jesús, en su Carta de despedida a los mexicanos de 1821, afirmaba: “[…] la otra se la hacían en Tepeyácac el día del solsticio hiberno a otro día de Santo Tomás apóstol, y le ofrecían flores e imágenes que hacían de la que allí veneraban con el nombre de Tzenteotinántzin, que quiere decir, madre del verdadero Dios, o Tonántzin nuestra Señora y Madre, porque decían que esta virgen madre de su Dios era madre de todas las gentes del Anáhuac que ahora llamamos Nueva España. Su figura era la de una niña con una túnica blanca ceñida y resplandeciente, a quien por eso llamaban también Chalchihuitlicue, con un manto azul verde-mar, Matlalcueye, tachonado de estrellas Citlacúi.”[14]
Con estos argumentos, Teresa de Mier, pretendía demostrar que Matlalcueye y la Virgen María eran las mismas deidades. Además de afirmar que el cristianismo y la devoción a la Guadalupana eran de origen mesoamericano, por tanto, nada había que agradecer a España.
Sus ideas no recibieron críticas negativas en un principio; pero, posteriormente, el arzobispo Núñez de Haro (quien, en palabras de Teresa de Mier, “sentía aversión por todo lo criollo”) lo acusó de herejía y blasfemia ante el Santo Oficio, por lo cual fue excomulgado, reducido a prisión, despojado de sus libros y de su grado de doctor y condenado a diez años de exilio en España.[15]
La audaz visión de fray Servando, más allá del plano religioso, adquiere un carácter político, pues manifiesta lo que sucedía en los últimos años del siglo XVIII en la capital de la Nueva España. Los criollos, que por generaciones habían nacido en este territorio, comenzaban a reivindicar elementos que podían constituir la patria mexicana criolla: territorio común, historia compartida desde 1521, cultura y religión. Por sobre todos estos elementos se levantaba la devoción por la Virgen de Guadalupe, aparecida en tierras mexicanas. A partir de entonces, y sólo por algunos años, a los ojos de los criollos que iniciarían la independencia, la Guadalupana sería la Virgen de los nacidos en el territorio de la Nueva España y, por lo tanto, bandera de los insurgentes. Era la reivindicación de una patria por nacer.[16]
Pero no sólo fue Teresa de Mier el único en identificar a la virgen María con la montaña, Humboldt también escribió al respecto: “Llamada también la Sierra Malinche ó Doña Marina. Malinche parece derivarse de Malintzin, palabra que (ignoro el porqué) designa hoy el nombre de la Virgen.”[17]
Sin embargo, el culto mariano en Tlaxcala no se limita exclusivamente a la Guadalupana, aunque si cuenta con importantes santuarios marianos alrededor de la Matlalcueye que dan testimonio del gran fervor que le profesa el pueblo tlaxcalteca. Algunos ejemplos de ello son el Santuario de Nuestra Señora de la Caridad en Huamantla, el de Nuestra Señora de la Defensa en San Pedro Tlalcuapan y el de la Virgen del Monte en San Bartolomé Cuahuixmatlac, estas últimas dos localidades correspondientes a Chiautempan. Así como importantes santuarios guadalupanos en el área adyacente a la Malintzi.
La devoción guadalupana alrededor de la Matlalcueye.
Tal como mencionaba líneas atrás, la Virgen María cuenta con importantes “santuarios” alrededor de la Matlalcueye, sin embargo, cabe destacar que dentro de las múltiples advocaciones marianas, figura una en particular: La Guadalupana. Lo cual no es casual, ahora explicaré por qué. Tal como cité en el apartado anterior, el documento colonial de los Anales del Barrio de San Juan del Río, Puebla, menciona que en el año de 1653 se registró una aparición mariana sobre la cima de la Matlalcueye; pero no sería cualquier aparición. Se trató de la advocación mariana de Guadalupe.
Lo importante de este hecho radica en que este relato es la primera prueba documental de una aparición guadalupana en la montaña madre del pueblo tlaxcalteca. Sin embargo, no es el único testimonio de tal acontecimiento en dicha montaña, ya que existe un relato por vía oral que registra otra aparición de la Virgen de Guadalupe en la Matlalcueye e incluso, como asegura la leyenda que a continuación citaré, anterior a la aparición guadalupana de 1531 en el Tepeyac:
“Cuentan que hace mucho tiempo se apareció la Virgen de Guadalupe a un ancianito, en un paraje de la Matlalcueye llamado Tonantzinco, del pueblo de Cuauhtenco (lugar de nuestra madrecita), y le pidió que ahí le construyeran un santuario, pero se cuenta que no le hicieron caso al señor las personas de aquel entonces. Y solo se construyó una capilla que quedo en ruinas, pues ya no se terminó, y la Virgen dejó de aparecerse. Asegura la gente que si se hubiera construido el santuario que solicitaba la Virgen, Tlaxcala hubiese sido la capital de la República Mexicana. Años después, un señor que vivía cerca del lugar de la aparición, quiso lucrar con la fe de la gente y colocó en este sitio una estampita de la Guadalupana, diciendo que ahí se había aparecido en ese momento, sin embargo, en esa época ya no fue verdad. No obstante, la gente venía de distantes lugares a ofrecer limosnas y velas a la Virgen.”
Como se aprecia en el relato citado, existe testimonio por vía oral de esta mariofanía en un paraje boscoso de la montaña. Si bien no se menciona la fecha, asegura la tradición que ocurrió hace bastante tiempo, no obstante, también existen testimonios que afirman que no fue la única aparición de la Guadalupana en la Matlalcueye. Pues cercano al antiguo Camino Real a Puebla (hoy llamada carretera perimetral) en la zona boscosa, existe una antigua ex hacienda llamada por los pueblos circunvecinos como Rancho Guadalupe. Sitio en el que se asegura ocurrió la primera aparición guadalupana en la montaña, incluso, antes de la de Tonantzinco. Razón por la cual esta hacienda fue nombrada Guadalupe, en honor a la aparición de la virgen morena.
También es llamativo el hecho de que ambos sitios, Rancho Guadalupe y Tonantzinco, se ubican próximos a extintos cuerpos de agua. El primero cercano al jagüey de la hacienda y el otro cerca de una antigua cascada. Esto último es interesante, pues muchas de las apariciones marianas han ocurrido a través de la historia en parajes silvestres (bosques, cuevas, barrancas, montañas o cuerpos de agua). Denotando con ello la sacralidad de estos lugares venerados desde la antigüedad como sitios donde se manifiestan divinidades telúricas.
Por otra parte, es interesante el caso del municipio de Chiautempan, pues 4 de sus 14 comunidades tienen como santa patrona a la Guadalupana. Tales localidades son: Guadalupe Ixcotla y Santa Cruz Guadalupe,[18] San Pedro Xochiteotla (llamado hasta el siglo XIX Guadalupe Paintla) y San Rafael Tepatlaxco (nombrado desde el siglo XIX y hasta 1921 como Guadalupe Tepatlachco).[19] Además, en los pueblos de Cuahuixmatlac y Tlalcuapan se veneran con gran fervor a las advocaciones marianas de la Virgen del Monte (llamada así porque se localiza en la zona boscosa de la Malinche) y la Virgen de la Defensa, respectivamente.
Esta última fue traída a Tlalcuapan por el anacoreta toledano Juan Bautista de Jesús durante su trayecto del paraje de Apach, ubicado en la Matlalcueye, a su actual santuario en la comunidad de San Ambrosio Texantla, en el municipio de Panotla; en 1624. En resumen, es curioso que ya sea por la toponimia como en el caso de Tonantzinco, la tradición oral o los hechos históricos. La Virgen de Guadalupe esté presente en el imaginario de los pueblos de la Matlalcueye desde los primeros años de la Conquista española e incluso, desde tiempo prehispánico a través de la veneración a la Diosa Madre Tonantzin.
Fuentes bibliográficas:
Anzaldúa, Gloria. “Coatlalopeuh, la que domina a las serpientes” en Ana Castillo (Ed.) La diosa de las Américas. Escritos sobre la Virgen de Guadalupe. Vintagebooks.
Bello Pérez, Isaías. Compendio histórico de las poblaciones del municipio chiautempense. Tlaxcala. Ciberya. 2007.
Gómez, Lourdes. La Iglesia y sus enigmas. Barcelona. Luciérnaga. 2018.
Montero García, Ismael Arturo. Matlalcueye. El volcán del alma tlaxcalteca. Tlaxcala. Gobierno del Estado de Tlaxcala/Secretaría de Educación Pública/Mesoamerican Research Foundation. 2012.
Fuentes electrónicas:
http://es.wikipedia.org/wiki/Virgen_de_Guadalupe_(Espa%C3%B1a)
(Consultado el 15 de enero de 2015).
[1] En línea: http://es.wikipedia.org/wiki/Virgen_de_Guadalupe_(Espa%C3%B1a) (Consultado el 15 de enero de 2015).
[2] Ídem.
[3] Ídem.
[4] Lourdes Gómez. La Iglesia y sus enigmas. Barcelona. Luciérnaga. 2018. Pp. 44-45.
[5] Ibídem, p. 45.
[6] Ídem.
[7] Ídem.
[8] Ídem.
[9] Gloria Anzaldúa “Coatlalopeuh, la que domina a las serpientes” en Ana Castillo (Ed.) La diosa de las Américas. Escritos sobre la Virgen de Guadalupe. Vintagebooks.
[10] Ismael Arturo Montero García. Matlalcueye. El volcán del alma tlaxcalteca. Tlaxcala. Gobierno del Estado de Tlaxcala/Secretaría de Educación Pública/Mesoamerican Research Foundation. 2012. P. 138.
[11] Ídem.
[12] Ídem.
[13] Ibídem, pp. 138-139.
[14] Ibídem, p. 139.
[15] Ídem.
[16] Ídem.
[17] Ibídem, p. 140.
[18] En estos pueblos existieron dos templos prehispánicos localizados bajo las Iglesias dedicadas a Guadalupe, acorde a lo investigado por Isaías Bello, dedicados a Tonantzin “Nuestra venerada madre”. Nombre dado por los antiguos nahuas a la Diosa de la Tierra. Por ello, no es casual la sustitución por la Guadalupana. Recordemos que en el Tepeyac se veneraba también a Tonantzin.
[19] La tradición oral de Tepatlaxco asegura que la Guadalupana fue traída del Rancho Guadalupe durante el siglo XIX.