LAS LUCHAS DE AYER Y HOY
Las luchas que motivaron el movimiento de 1968 tenían origen y destino, remitentes y destinatarios, causas y efectos. Los jóvenes estudiantes de México y los muchachos rebeldes de todo el mundo buscaban un cambio de mentalidad en los gobiernos, querían modificar el pensamiento de la sociedad y exigían un sitio para ellos y para quienes pensaban diferente.
Quienes levantaron su voz y retaron al poder y al destino, quienes estaban cansados de la represión y la falta de atención del régimen, simplemente determinaron tomar las calles para hacerse presentes y gritar para ser escuchados, para ser atendidos y dejar en claro que no hay gobierno sin pueblo y que este es quien de verdad manda. Los jóvenes del 68 respondían al llamado de las sociedades del mundo anticipándose a su tiempo y pagando con su vida el precio de la transformación global.
No obstante que sus demandas eran justas o cuando menos atendibles y manejables, los gobiernos en turno no tenían la capacidad mental ni los alcances suficientes para entender ideologías, filosofías y pensamientos críticos diferentes. Al menos en México, fue por cobardía, miedo e ignorancia que el poder catalogó como enemigos a quienes no pensaban igual y proponían un cambio. La falta de capacidad de dialogo, la arrogancia que impidió la negociación y el arreglo fue sustituida por las balas, por el aplastamiento y la masacre.
En ese México de mediados de siglo los muchachos tenían objetivo y estaban dispuestos regar con su sangre la semilla de la libertad. Entendieron que sin libertad de pensamiento no hay libertad del ser. No aceptaron migajas del régimen, no les dio la gana agradecer lo que el derecho les otorgaba y rechazaron las condiciones o un perdón ignominioso y vergonzoso. Decidieron luchar para ganar o para pasar a la historia como una generación que prefirió morir que vivir de rodillas. Así es como debe leerse la historia de la matanza del 68.
Pero ahora las cosas son diferentes. Quienes en estos tiempos luchan, negocian prebendas individuales. Quienes se hacen pasar como mesías venden las causas, presionan al gobierno, amenazan y violentan a la sociedad, agreden y agravian a inocentes. Se valen de la ignorancia y la necesidad de unos cuantos, a los que envían como carne de cañón a cambio de miserias y que son las otras víctimas de unos líderes ambiciosos y corruptos que se enriquecen en nombre de quienes menos tienen y al tiempo que brindan con copas de sangre de culpables e inocentes.
Las luchas de ahora son pervertidas por los intereses de unos pocos o a nombre de la religión, de la política o de los intereses económicos ajenos a los mexicanos. Las batallas las libran unos en favor de otros; son intentos individuales o sectarios pues el beneficio es sólo para el gremio, el sector, el partido, la ideología más no para la generalidad. No son luchas democráticas sino de beneficio muy bien definido e identificado.
Las luchas de antes eran para el engrandecimiento de México y las consecuencias o resultados eran de interés colectivo no para unos pocos. Se luchaba contra el sistema no contra el igual. A los movimientos sociales de hoy les da lo mismo afectar al vecino, agredir al igual, golpear el cercano, dañar al pariente, ensuciar la ciudad, herir al compañero y burlarse del pobre. Las de hora son una vergüenza y son fenómenos de corta duración y resultados confusos.